“Quien bien tiene y mal escoge, del mal que le viene no se enoje”
El Quijote.
La estrepitosa derrota sufrida por el PRI lo pone en la cuenta regresiva de su extinción con la actuación más desastrosa en competiciones presidenciales. Vamos ni con Francisco Labastida ni Roberto Madrazo se hizo un papel tan lamentable.
Con apenas el 15.7 por ciento de la votación nominal, el PRI parece haber llegado al ciclo final de su longeva historia.
En el año 2000, el candidato del PRI, Francisco Labastida perdió con el 36.11%, con 13 millones 571 mil votos; en el 2006, Roberto Madrazo alcanzó 9 millones 301 mil, con el 22.03% y ahora José Antonio Meade apenas roza los 16 puntos porcentuales de la votación nacional, quedando en un vergonzoso tercer lugar.
Las causas de la derrota son múltiples, pero la mayoría de las culpas recaen en el huésped de Los Pinos que no supo estar a la altura de las circunstancias y mucho menos tomar las decisiones más sensatas, primero para despedir a la mayoría de los integrantes del gabinete priista, por claras deficiencias y corruptelas; segundo, mantener una estructura de gobierno inoperante para atender el gravísimo problema de la inseguridad y tercero, dejar que Luis Videgaray y Aurelio Nuño asumieran el control del gabinete, la dirigencia del PRI y la nominación del candidato presidencial tricolor.
Las políticas de gobierno fueron inoperantes en temas torales como el combate a la corrupción, a la pobreza y a la marginación y no obstante que sistemáticamente el reclamo de la sociedad era persistente para aplicar los correctivos necesarios, se soslayaron y se desoyeron.
La política de comunicación social en donde está el manejo de las redes sociales del presidente Peña fue un fiasco al ser operada por improvisados y simuladores que preocupados más por proyectos personales y de grupo, descuidaron su tarea fundamental como fue el difundir correctamente las bondades de las reformas estructurales, porque para nadie es un secreto que con el tiempo las reformas energética, educativa y telecomunicaciones, entre otras, la historia les tendrá que reconocer su implementación en el desarrollo nacional.
Y qué decir del ánimo de malestar que prevalece en los medios de comunicación por el maltrato sufrido en este sexenio, comparada esta etapa solo con el sexenio lopezportilllista donde la máxima era “te pago para que no me pegues”, dando como resultado este insano ejercicio el enojo, el rompimiento y el alejamiento de dueños, directivos y reporteros, quienes vieron en esa praxis un atentado a la libertad de expresión y el derecho a la información.
Hemos insistido en este espacio que el arribo de Enrique Ochoa Reza al PRI fue un error mayúsculo que dio al traste con un ya de por sí vilipendiado partido, pero que aún mantenía una estructura fuerte en varias entidades del país, con liderazgos locales leales al tricolor y arraigo bien ganado entre la militancia, estructura que el propio Ochoa se encargó de aniquilar o simplemente bloquear para dar entrada a aviesos intereses de colocar a los suyos, a sus compadres o a sus cuates.
Los múltiples casos de corrupción de gobernadores priistas, aunque varios de ellos ya están recluidos, pegaron en la línea de flotación del tricolor y obviamente lo único que conseguía entre la ciudadanía era rechazo y repulsión.
El PRI apestaba y olía a difunto, aun así lo tomó Meade, quien por cierto es el menos culpable del desastre, y como candidato caminó con un cadáver que tenía varios meses de muerto. La peor derrota, para muchos lo que sigue en esta triste historia es la extinción.